Más allá del tiempo.
Este aparato, que lo podemos
definir fácilmente y en primera instancia como un conjunto de piezas que en su
función articulada hace del tiempo un conjunto de fracciones fijas e ilustradas
por un top de números al borde de una circunferencia con un centro que posee dos manecillas generalmente con puntas en
flecha permitiendo en un cálculo extraordinario el instante del día, de la
hora, del minuto, del segundo en que estamos.
Lo que habría que hacer también por fuera de la definición del reloj es mencionar sus implicaciones en la noción temporal tan definida y detallada que ha posicionado en la vida
cotidiana de la sociedad moderna, donde se remonta su origen como actualmente lo conocemos y no en ninguna otra
época.
Época misma en la que se aceleró un hecho opuesto, el desvanecimiento de la conexión directa con los ciclos y cambios naturales que eran históricamente la pauta del vivir de los hombres, mujeres y niños en diferentes lugares y sociedades del mundo. Puesto que han sido estos ritmos de la naturaleza los que por siglos principalmente en la vida rural orientaban las jornadas de trabajo , sus festivales, los momentos de cultivo, de cosecha, los días de fecundidad y hasta los momentos destinados a la religiosidad o actividades relacionadas con la espiritualidad.
Con el reloj masificado los seres humanos comenzaron a confluir en un campo de actividades fijamente
coordinadas, es decir, en una serie de secuencias con comportamientos regidos y minuciosamente anticipados donde su sumatoria pasaron a constituir un engranaje único de la actividad productiva y distributiva del mercado adscritas al
lugar temporal en que se enmarcaron millones de vidas en la historia reciente del mundo occidental hasta el momento actual.
El reloj es la síntesis de la vida
industrial cumple una imagen y representa una función, ilustra la operatividad del
biopoder, el dispositivo más sutil y venerado en el que no sólo la corporalidad
fue disciplinada y moldeada a las lógicas propias de las dinámicas sociales del
régimen global vigente, sino también toda disposición en general de las
prácticas humanas condicionadas a segmentos temporales compuesto por pedazos de
horas en una mecánica artificial y socialmente producida.
Todas aquellas actividades que
surgían como actos de preferencia individual (horas de trabajo, descanso,
alimentación, familia, ocio) pasaron a tener su posibilidad de efectuarse
dentro de segmentos del tiempo específicos. Hubo una especie de estandarización
bastante genérica que abarcó cualquier particularidad de género, edad, labor,
historia, intereses, y así consecutivamente cualquier rasgo de diversidad entre
humanos culturales e históricas.
La regulación y dominación del
tiempo fue la solución perfecta a las necesidades del mercado, de la industria y
de la actividad económica en general. Sin embargo, esto fue tan sólo en un
principio porque este pequeño aparato se prolongó a los múltiples lugares desde
donde desarrollamos la cotidianidad, se instauro en el espacio, en las
actividades públicas y privadas, finalmente en el inconsciente individual como
también en el colectivo rigiendo las nociones pasado-presente-futuro.
Esto ha sido definitivamente desafortunado y expondré las razones en los siguientes párrafos. Para iniciar nuestro vivir sucede en pedazos temporales proyectados en un reloj que anula la oportunidad para cualquier otra cosa que no haya sido fijada en la agenda, conlleva a competir contra toda circunstancia, en la inercia física de la labor a realizar, enmarca día a día en lo predecible y en lo repetitivo todo esto para que nuestras mente no nos reclame al final del día.
En este engranaje es mínima la
posibilidad de encuentro, de armonía y de reflexión de hacer conexión con
nuestra naturaleza.
Ahora más que nunca le damos más valor al tiempo lo ponemos por encima del ocio, de la familia, de los amigos, de la vida y de nosotros mismos como entidades vivientes. Nos enfrentamos a una gran paradoja y es que no hay nada más allá del tiempo comprendiendo este como nos lo ha presentado la visión dominante del mundo y lo que es el medio de nuestras vidas se instaura como el fin último y lo que es peor se reduce a un esquema de veinticuatro horas en las que todo está establecido.
Es difícil liberase de sus cadenas, y digo cadena porque nos pone limitaciones y nos condiciona. Reduce la posibilidad de elección y enclaustra a parámetros fijos que se alimentan en rutinas imperecederas hasta el día de la muerte.
Hay la obligación de pensar el tiempo e ir más allá, escapar de la mecánica funcional en el sentido abstracto y practico de la palabra. Volver a reclamar el silencio, la lentitud y la pausa porque es así como se alcanza la coherencia del existir. Sin embargo, tenemos el terror de salir de estas cadenas.
Sí quisiéramos habría dos situaciones que enfrentar en primer lugar; ser conscientes del campo de relaciones existentes que exige
con toda presión acoplarse a este estándar social de coordinación de
actividades humanas temporalmente fijadas por un sistema económico que lo demanda y que
ha desarrollado conjuntamente una ideología que lo ha naturalizado, es decir, lo ha
convertido en un hecho que es inmutable e in negociable. Sí no hay consciencia del
marco político-económico en el que se organizan nuestras vidas es poco posible tener
un margen de actuación mayor que el que se nos ha destinado.
En segundo lugar
hay un reto al salir de sus cadenas y es recuperar nuestra capacidad de valorar con mayor fuerza
otros hechos del vivir por fuera de él, es decir valorar el tiempo de otra
forma y no la que se nos ha enseñado. Y
esto es un reto porque se corre el riesgo de enfrentarse con el "OTRO" y con el "YO" en la posibilidad de entregar más de lo que se daba, “TIEMPO” en la plena experiencia de compartir y valorar
la existencia, en la libertad de estar y permanecer, de hacer y construir, de
experimentar y disfrutar, de ver y sonreír todas estas virtudes significativas
que llenan de sentido la vida.
Romper con este esquema temporal
es tan solo posible cuando surge en vía de una reivindicación, qué es en primera instancia individual porque implica la condición de distinguir entre lo que es una vida a
merced del engranaje de la actividad productiva motor de la sociedad y de la
vida en función de la vida misma y no aferrada a estos utensilios tan poco prácticos para
desarrollar la vida en la totalidad y en la plenitud de la existencia que es una sola e irrepetible.