1. Pensar que
la protesta social se reduce a un acto de vandalismo, este estereotipo causado,
en parte, por la estrategia mediática además de quitarle popularidad la
deslegitima dejando en peligro a la ciudadanía que en ella participa.
2. Creer que
las cosas están bien porque en otros lugares aparentan estar peor. Lo que
algunos llaman como la hipermetropía política, que es la falta de claridad para
ver los hechos próximos, pero por efecto desinformativo ven agudamente lo que
ocurre a la distancia.
3. Vivir en un
estado de confort y escepticismo tan extremo que se llega a considerar que las
cosas no pueden cambiar y en efecto la protesta es simple inercia. Adorar vivir quejándose
todo el tiempo de la mala salud, la falta de seguridad, la mala educación, el
salario mínimo, la edad de pensión, la falta de oportunidades, los problemas de
movilidad y sobre todo de la mala administración de recursos.
5. Seguir apoyando los últimos gobiernos derechistas en Colombia estando viviendo en el exterior como
uno más de esos 6 millones de colombian@s que partieron buscando un mejor
proyecto de vida.
6. Defender un
hombre que desde que llegó a la presidencia su único gran logro ha sido ser el
protagonista de millones de memes demostrando al mundo entero su incapacidad como
jefe de una nación.
7. Pensar que la gente protesta porque quiere. Si hay
protesta es porque hay hechos de facto que conlleva a un malestar colectivo y
por ende a la ocupación de las calles.
8. Pensar que
quienes no protestan son gente de bien que como dicen por ahí van a producir,
pero ¿producir qué? Colombia es un país en plena desindustrialización, en esta
economía de empleo informal donde por todo lado brota la indigencia y cada vez
son más los colombianos que salen del país es una completa falacia pensar que
se está produciendo.
9. Seguir en la
trampa de que quienes toman distancia de la política es porque son neutrales,
en el estado de barbarie que esta el país la neutralidad es tan sólo efecto
placebo, anestesia mental para la insensatez que se vive en el día a día.
En conclusión, los dueños del poder fáctico en Colombia enceguecen en odio a una buena
parte de la población. Además de arrebatarle la posibilidad de un proyecto de
vida digno destinándolos a una vida de rebusque, incertidumbre y precariedad también
están destinados a vivir la horripila conformidad que traduce una vida sin
sueños, sin futuro, sin pensamiento crítico, pero sobre todo sin la valentía
para decir No Más.