sábado, 26 de marzo de 2016

El utilitarismo y sus falsos espejismos.

Renunciar a una mirada utilitarista de la vida, los animales, las personas, los ríos, las montañas y el sistema de vida del que hacemos parte, puede  para nuestra sorpresa producir fricciones y malestar en un mundo donde el peso de la justicia y del sufrimiento del otro carece de importancia.

La visón utilitarista reina contundentemente en los cinco continentes y su  punto de partida reside en la posibilidad de hacer uso racional e irracional de la existencia de todo aquello que pueda producir riqueza como: un bien, una persona, la vida, una cosa o una institución, de todo lo que puede ser puesto en función de la satisfacción de una o más necesidades para el egocentrismo de especie - a veces necesidades que son más ficticias que reales-  producidas en el mismo juego de apariencias y espejismos que nos persuade un mundo de tecnologías, rascacielos y excentricismos cuando al mismo tiempo enfrentamos meses de sequía y un tributo diario al dios consumismo.

Esta visión no tendría ningún problema pues aparentemente soluciona “la verdadera búsqueda del ser humano” hacía el desarrollo, el progreso y el exacerbado crecimiento de la riqueza. De hecho, esta necesidad de la invención, es extrañamente una de las mismas fuerzas de despegue que impulsa llevar todo a un lugar más lejos, el deseo hacía lo inaudito, hacía el avance, hacía el descubrimiento o hacía la creación.

La gran meta de  ingenieros, diseñadores, científicos, y otros co-participantes es la elaboración de aparatos que cómo por arte de magia al presionar un botón  acaben  con los problemas reales y tangibles. Día a día surgen una gama de aparatos con tecnología de punta que pueden cumplir diversos objetivos, como: convertir el agua negra en agua clara y potable, el oxígeno contaminado de partículas asfixiantes en oxigeno apto para los pulmones,  el calor en frió o el frió en calor, los automóviles más y más cómodos para las horas en el tráfico,  cómo también equipos de trasplante de extremidades y órganos vitales, medicinas para el cáncer  u otras enfermedades mortales,  y hasta semillas modificadas genética-mente para sobrevivir en condiciones hostiles.

A pesar de todo estos avances hay que decir que existe una gran población en el planeta padeciendo las consecuencias de las enfermedades respiratorias, cáncer de todos los tipos, escasez de agua o agua contaminada,  pueblos enteros caminando días y semanas en terrenos  desérticos, la expansión de terrenos infértiles, el deterioro de animales, plantas y personas afrontando todos a su vez las oleadas de calor, y para el caso práctico del citadino el frecuente tráfico endemoniado para llegar al trabajo remontado todos en un mismo vagón, como una sola  masa humana bajo temperaturas cada vez más altas.

La gran pregunta es ¿ Hasta donde las mieles del progreso cubre a todos con su avances.? A lo mejor ese mundo de desarrollo tecnológico y progreso exacerbado no ha llegado a todos los lugares del mundo, o lo que es peor, la ilusión de que algún día llegue es tan sólo eso: una ilusión.  Para comprender esto no habría que ir tan lejos, simplemente lanzar la mirada a la realidad,  la riqueza con la que se alimenta tal visión no es una ilusión, esa riqueza  nace justo de la muerte de todo lo que en el mundo posee vida y lo que es peor aún lo que asegura un equilibrio de todas las formas de vida. 

El único goce del avance tecnológico con el que con seguridad si ha sido incluido gran parte de la población del mundo es con el televisor, el celular y quizás el computador. Estos son los aparatos masificados, -casi que por hogar se convirtió en un obligatoriedad disponer de uno de estos-  son los que tienen una mayor oferta en el mercado en estilos, colores, tamaños y precios. Y muy seguramente lo son porque  lo permiten las reglas del juego, cumplen con una función crucial a los habitantes del planeta, victimas y cómplices, su función radica en crear la percepción de que al prender el botón se nos resuelven todos los problemas, ellos funcionan como unos lentes para ver el mundo, pero llegan sólo imágenes en diferido. Son tecnologías que permiten  ver el mundo que no se conocía y que se hace posible en una pantalla que no solamente deja de entretener sino que también hace olvidar de las verdaderas frustraciones y preocupaciones, al final no importa cual  solucione; al final lo que importa es vivir el espejismo que el progreso ofrece.

De esta manera hay un juego perfecto donde se complementan una visión del mundo utilitarista y un sistema de dispositivos, tecnologías y equipos que se han extendido a todos los ámbitos de la vida humana.  – no es posible ni siquiera ahora pensar la vida sin celular-  que alimenta la confianza en esa concepción del mundo y que lo hace sin permitirles distinguir la imagen de la verdad, en otras palabras de lo que están hecho las cosas, incluso la misma imagen que tan goce produce ante los ojos.

Una visión que además no se concilia con la moral, ni con la ética y mucho menos podría seguir siendo justificada por verdades a medias.  Un sistema donde la injusticia se mira a los ojos cuando se es la víctima, y donde el somnífero más letal para no quererla observar aunque la este mirando, es  la aparente sensación de que todo marcha en el camino más próspero en vía de eso que el ser humano se propuso un día, para el todos los créditos y para él todo el esplendor de un mundo donde su acción gobierna y las imágenes lo gobiernan a él. 

En esta visión no hay cabida para la compasión ni el asombro con el horror, y la empatía con  los que la padecen, ellos solo nacen a merced del sostenimiento de todo este sistema y sus vidas carecen absolutamente de todo valor, únicamente el valor de su utilidad. También habría que decir que esta mirada del mundo que ahora reina sería perfecta  el único pequeño problema adicional que enfrenta son las imparables oleadas de calor, las lluvias que también queman porque ya no refrescan, los desequilibrios productos de las transgresiones con los subsistemas de vida, la perdida  irreparables de los glaciares, la especies extinguidas y en extinción,  las que son explotadas incesantemente en la actividad industrial, y por último los ecos de la incertidumbre por el mañana sobre nosotros mismo como especie.