sábado, 24 de febrero de 2024

Con mis propias manos

El bisabuelo de Aceneth provenía de Italia, de donde llegó huyendo del baño de sangre que fue la Segunda Guerra Mundial. Flavio, un viajero en su juventud, se estableció en una ciudad costera del noroccidente venezolano en la que conoció a una hermosa mujer de caderas anchas, muslos firmes y ojos color negro que miraban con profundidad, como auscultando a quien tuviera en frente. Ese mismo color de ojos fue heredado por Aceneth, al igual que la disposición trashumante de su ancestro materno, de ahí que desplazarse a Colombia en busca de un mejor futuro para ella, su pequeño hijo y su familia en general, quienes se quedaron, no le haya descolocado en ningún momento.

Fue en 2018 cuando decidió iniciar la expedición al vecino país. Las estructuras productivas de su Venezuela natal eran incapaces de absorber la mano de obra calificada de los muchos profesionales que con título en mano intentaban obtener un lugar así sea en una de las plazas reservadas para quienes carecen de formación académica. Con ese panorama y la vida en franca desmejora llegaba el momento de partir. 

Su corazón se debatía entre migrar o no con su pequeño. Pero lo más conveniente era dejarlo en casa al cuidado de su abuela. Aquella era una decisión de la que no se arrepiente dadas las circunstancias actuales pero que le hizo brotar lágrimas de vez en cuando. Así empezó un peregrinaje que le permitió recorrer parte de la geografía de su país anfitrión y finalmente detenerse en la ciudad de Cali, en una vivienda de dos pisos ubicada en un barrio de clase media a la que llegó por recomendación de una amiga de su madre, quien se estableció en Coro muchos años atrás cuando eran los colombianos los que marchaban al otro lado de la frontera. 

A su llegada acusó una fatiga mental que solo fue superada por el irrevocable espíritu de un foráneo labrador que traía consigo. No fue fácil encontrar una primera oportunidad laboral, pues su titulación como administradora de empresas no había sido homologada y de otra manera, y dada una cuestión reputacional, muy pocos hubieran consentido los servicios administrativos de alguien procedente de un país cuya económica amanecía más estropeada todos los días. Pero la tenacidad, la persistencia, unidos al carisma y ese guiño de la suerte se cruzaron un buen día en el que una de las personas que convivía en la misma residencia recomendó a una vieja amistad emplear a Aceneth en el departamento administrativo y contable de una empresa dedicada a la importación de maquinaria pesada. 

Con sus documentos de identidad en la mano, el arrojo necesario y un par de lapiceros y libreta se presentó a la jornada de inducción. Fue un éxito, puesto que la labor que debía adelantar comprometía unas habilidades pulidas producto de una práctica dilatada en su país de origen. Al poco tiempo de su ingreso demostró tener un dominio de la técnica administrativa que despertaba los celos en alguno que otro de sus compañeros y en la admiración de sus superiores. Dadas las buenas prestaciones fue escalando sin prisa y sin pausa. El giro en el guion de su vida profesional tuvo un impacto en su vida familiar. El largo año y medio separada de su hijo terminaría con un beso y un abrazo en la ciudad fronteriza de Cúcuta, a la que había llegado el niño transportado por su abuela para que este se estableciera permanentemente en Colombia con su madre. De ahí en adelante, la historia tendría muchos episodios de felicidad.

Ha pasado un buen tiempo desde que Aceneth dejó su primer empleo, pudo homologar su formación y decidió como tantos de sus connacionales ingresar en el mundo del emprendimiento, en el campo de los alimentos en el cual ha tenido la oportunidad de administrar la suerte con sus propias manos.

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